Brigitte Baptiste, exdirectora del Instituto von Humboldt, señaló el agujero negro del turismo y el desgobierno en Salento y Cocora.
Una reciente columna de la renombrada bióloga colombiana Brigitte Baptiste, en el diario El Espectador, señala que “El mejor ejemplo de lo que no debe hacerse con el turismo de naturaleza o ecoturismo es el Valle de Cocora, en el Quindío, donde se incumplen todas las normas del ordenamiento territorial, se violan las buenas prácticas ambientales y, lo peor, se deteriora la calidad de la oferta que atrae a los visitantes.
La exdirectora del Instituto Alexánder von Humboldt y actual rectora de la universidad universidad EAN en Bogotá, ha hecho duros señalamientos sobre el manejo ambiental y turístico en el emblema nacional y regional del Valle de Cocora.
El Agujero Negro de Gobernanza
Según un estudio reciente de la Fundación Las Mellizas, con apoyo de la Unión Europea, la región es un agujero negro de gobernanza. Es decir, a (casi) nadie le interesa que las cosas funcionen ni cumplir las normas, porque entra plata.
Exceso de visitantes (por miles), muchos de los cuales llegan sin saber a dónde los llevaron o a qué van, cabalgatas ilegales, invasión de espacio público y privado, destrucción del patrimonio colectivo, desplazamiento de locales aburridos con los abusos, todo ello además para disfrutar de un paisaje moribundo, puesto que ha sido imposible poner en práctica las mínimas disposiciones para que la palma de cera, árbol nacional, se reproduzca en la región.
Las autoridades ambientales y la alcaldía de Salento reconocen el problema, pero de manera tácita dan a entender que es imposible hacer nada: en pleno centro del país, pese a todas las capacidades instaladas, uno de los paisajes colombianos más emblemáticos ha sido avasallado.
La invención del ecoturismo está ligada a la idea de que es factible hacer convivir la producción con la conservación y a partir de ello construir territorios sostenibles. Lo cierto es que en Cocora y en muchos otros lugares del país eso es un mito.
Los viajeros se sorprenden tanto con la belleza de los escenarios como de lo agresivo e irresponsable de los operadores, quienes sólo parecen interesados en extraer la máxima rentabilidad de la gente y el paisaje sin siquiera pensar en lo efímera que puede resultar su ambición: el cortoplacista transfiere a las futuras generaciones el deterioro y, cuando todo comienza a colapsar, huye.
“En Salento y Cocora están matando todo”
La reputada bióloga afirma que “Salento y Cocora, lamentablemente, se han convertido en una estrategia fatal, pues su evolución como parque temático está matando todo. Ya es un mausoleo biológico, pero al fin y al cabo también las ruinas tienen su encanto, sin embargo, un lugar que originalmente los colombianos acordamos destinar a la producción agrícola y la conservación del bosque y el agua no tiene nada de eso: a pesar de estar al lado del Parque Los Nevados y hacer parte de un Distrito de Manejo Integrado, la región es hoy sólo una máquina de producir plata, donde nadie colabora con nadie y tampoco las autoridades logran hacer cumplir con la Ley.
Cada día, decenas de quebradas son deforestadas en el país por algún astuto colindante “emprendedor” que tala todo para construir “infraestructura sostenible”, un eufemismo para montar un balneario y cobrar. Cada propietario de un predio con cueva o cascada se declara hotelero gracias a una cuerda y un pariente con cachucha a los que convierte en peaje y operador turístico. Es que el ingenio colombiano no tiene límite…
El turismo extractivista puede ser peor que la minería, señalan con razón los habitantes de Vetas, cuando ven desolados como centenares de “ecoturistas” han comenzado a llegar a “conocer” el páramo de Santurbán. A ver cómo lo han dejado.
Vacas palmas y aguacates
En otra columna del año 2017 de la revista semana, que Brigitte Baptiste tituló ‘Vacas, palmas y aguacates’, la profesional llama la atención sobre “la expansión de cultivos de aguacate en el Valle de Cocora“, y argumenta que: “El futuro del planeta requiere actos radicales, es cierto, pero el dilema de la transformación del paisaje de esta hermosa y turística región del Quindío también exige un poco de perspectiva, como en todos los casos en los que el cambio de uso del suelo o del canon arquitectónico (por no hablar de la moda) implica un sacudón identitario”.
Además agrega “El ideal biológico sería por supuesto que todo el Valle de Cocora fuese restaurado para que las escasas 3.000 palmas fósiles que aún se yerguen condenadas pudiesen esparcir su semilla y volver a acrecentar su población silvestre dentro de la sombra acogedora de la selva andina, indispensable para sobrevivir como especie.
A pocos kilómetros, centenares de miles de palmas se yerguen al otro lado de la vertiente, entre Tochecito y Cajamarca, protegidas solo por la voluntad de los propietarios de tierra ante las dificultades para declarar un área protegida pese a la importancia mundial y regional, que no turística, del área.
El escenario normal de la palma conservada en medio del bosque, paradójicamente, la ocultaría un poco, minimizaría su estoica presencia entre la niebla, su estética manera de morir, de pie, lo que consumen los visitantes: el colapso de un ecosistema.
¿Aguacates en vez del bosque? ¿Cultivos de exportación como matriz para el paisaje de la palma? Mejor que las vacas y el potrero diríamos algunos apresuradamente, sin pensar acaso que el desierto de kikuyo que alimenta la ganadería no necesariamente es distinto que el desierto de árboles que alimentan las cadenas de comida rápida mexicana, a menos que los cultivadores de aguacate tomen la decisión de que su plantación será definitivamente amigable con la recuperación de la Ceroxylon, que no es un paso más complejo que el que algunos ganaderos ya están dando: una estrategia de convivencia, de transición ecológica del paisaje hacia un modelo más amable con la biodiversidad, tal vez sin la pirotecnia de la escenografía apocalíptica, tal vez más natural, como si la gente y las palmas hubiésemos, por convicción y afecto, aprendido a vivir juntas”.